El “Uno”, ¿es un número?
En
las matemáticas griegas era un lugar común decir que el uno no es un número,
que no es no par ni impar sino par-impar, o que dos no es un número par. Hoy
todas estas afirmaciones son falsas. Para nosotros el uno es tan número como
cualquier otro, y Frege lo usa como tal en sus argumentos sin pensárselo dos
veces. El uno es número impar así como el dos es par, y no hay una categoría
como ésa de par-impar. ¿En qué estaban pensando entonces los griegos?
Decían
que el uno no es un número porque en él veían el punto de arranque o de origen
de todos los números. Aristóteles decía “uno es lo que mide una multiplicidad,
y el número es una multiplicidad medida i una multiplicidad de medidas. Por
tanto, es evidente que el uno no es un número; pues la unidad de medida no es
una multiplicidad de medidas, sino que ambas (unidad de medida y uno) son
principios”.
Caso
lo que hoy rechazamos como un absurdo lógico sea mañana una verdad evidente. Lo
que se percibe como absurdo parece depender de la clasificación subyacente que
se presupone. La clasificación griega de los números es, en parte, similar a la
nuestra, también ellos los dividían entre pares e impares. Se debe a que el uno
genera tanto a los pares como a los impares, por lo que debe participar de la
naturaleza de ambos: está situado aparte y por encima de la dicotomía
par/impar. En Grecia se le concede al uno un papel similar en cuanto a su
capacidad de transgredir las categorías.
A
veces también al dos se le negaba la categoría de número por ser el generador
de los números pares. Estas diferencias en los modos de clasificar pueden ser
síntomas de algo más profundo: una divergencia entre los estilos cognitivos
propios de las matemáticas griegas y de las nuestras.
Jacob
Klein opina que es un error situar la noción de número en una única tradición
ininterrumpida de significaciones. Para él, la noción de número no es algo que
se va ampliando, sin más, para incluir primero los números irracionales,
después los números reales y finalmente los números complejos. Klein llama la intención del número, de manera que
cuando, por ejemplo, los algebristas del renacimiento asimilan los trabajos del
matemático alejandrino Diofanto lo que está haciendo es reinterpretándole. La
continuidad que creemos percibir en la tradición matemática es un artefacto,
construido proyectando hacia atrás nuestro propio estilo de pensamiento para encontrarlo
así en trabajos anteriores.
La
diferencia entre el antiguo concepto de número y el moderno está, para Klein,
en que el primero era siempre número de algo, siempre se trataba de una
cantidad determinada u se refería a una colección de entidades, ya fueran
objetos perceptibles, como cabezas de ganado, o unidades puras concebidas por
el pensamiento mediante abstracción de cualesquiera objetos particulares. Klein
aduce que esta noción de número es radicalmente diferente de la que hoy se
utiliza en álgebra.
(Ver
cálculo de Diofanto, página 176 y siguientes)
Este
tipo de cálculo lo consideramos hoy como un cálculo algebraico: se tiene una
cantidad desconocida, se plantea una ecuación y se manipula hasta que aparece
le valor de la incógnita. Basta un vistazo a la obra de Diofanto para darse
cuanta de que el pensamiento de su autor es diferentes de aquél en que descansa
el álgebra elemental actual. Todo el álgebra de Diofanto consiste en buscar
números muy concretos; no da a sus procedimiento algebraicos el mismo alcance
general que nosotros sino que los subordina siempre a problemas numéricos. Cada
vez que sus cálculo le llevan a lo que nosotros llamaríamos números negativos,
Diofanto rechaza el problema inicial aduciendo que es imposible de resolver o que
está mal planteado. Todo él se orienta a encontrar valores numéricos concretos.
La
dificultad que encontramos es la de aprender a dejar de ver lo que nos han enseñado a ver. El problema es
conseguir llegar a imaginar cómo serían las cosas desde esta otra perspectiva,
no como una perspectiva truncada sino tan global como la nuestra, tan capaz de
dar sentido a todo un mundo como capaces lo somos nosotros.
Una
manera de percibir estas diferentes aproximaciones a lo numérico es observar lo
diferentes que pueden llegar a ser las expectativas e intuiciones que guían a
los matemáticos actuales en comparación con Diofanto. Hankel empieza por
señalar que Diofanto trata de problemas muy diferentes, a los que aparentemente
no une ningún principio común: “para cada cuestión recurre a un método especial
que, a menudo, no vale siquiera para los problemas más parecidos. (…) como la
trama de sus problemas no parece obedecer a ninguna necesidad científica, sino
tan sólo a dar con una solución para cada uno, esa misma solución carece de una
significación global y profunda. (…) le falta ese pensamiento especulativo que
busca la Verdad más que la Precisión”.
El
testimonio de Hankel es la mejor evidencia fenomenológica de que el trabajo de
Diofanto se inscribe en un pensamiento matemático diferente del nuestro. La
idea de que el número era un número de unidades, y que la propia unidad tenía
una naturaleza distinta, se mantuvo hasta el SXVI. Simon Stevin afirma su
convicción de que el uno es un número. Stevin razonaba diciendo que, si el
número está compuesto de unidades, la unidad también forma parte del número,
como la parte debe ser de la misma naturaleza que el todo, la unidad es un
número. Para aceptar la premisa de que la parte es idéntica al todo, antes hay
que estar de acuerdo en que los números sea homogéneos y continuos; su idea es
que, de hecho, el número es análogo a la longitud, tamaño o magnitud.
Así,
la nueva manera de clasificar los números depende de ver cómo puede asociarse
el número a un línea, y ésta es precisamente la analogía que quedaba excluida
con el anterior énfasis en la discontinuidad inherente al acto de contar. En
las experiencias anteriores y en los actuales propósitos, elementos ambos que
deben verse a su vez sumergidos en su contexto social y perfilados contra el
telón de fondo de nuestras tendencias naturales y psicológicas.
Los
números vinieron a cumplir una nueva función al utilizarse para indicar las
propiedades del movimiento y del cambio. El número era una ilustración
simbólica del orden y la jerarquía de los seres, por lo que tenía una dimensión
metafísica y teológica. La nueva concepción del número estaba estrechamente
ligada a la tecnología del SXVI.
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