Las críticas de Frege a Mill
Mill
trata las matemáticas como un conjunto de creencias sobre el mundo físico que
surgen de la experiencia que tenemos de ese mundo. Los dos elementos centrales
de su análisis son:
1.
Las creencias y
procesos de pensamiento entendidos como acontecimientos mentales.
2.
Las situaciones
físicas sobre las que versan las creencias.
La
crítica de Frege abre dos frentes de ataque. Crítica la concepción de los
números como cosas mentales o subjetivas; y aquella que refiere los números a
objetos físicos o a propiedades de éstos. Para Mill los fundamentos de las
matemáticas están en su anclaje psicológico, en los procesos fundamentales
mediante los que se genera y se transmite el conocimiento.
Frege
procede de un modo completamente diferente. Él se enfrenta a una definición de
las matemáticas como “pensamiento mecánico acumulativo”, le parece una
“tosquedad típica”. Frege se esfuerza especialmente en mantener una frontera
entre las matemáticas, por un lado, y las ciencias psíquicas y naturales, por
el otro. Los conceptos matemáticos, afirma, tienen un refinamiento en su
estructura y una pureza mayores quizá que los de ninguna otra ciencia. Frege va
a mistificar y deificar el concepto de número y los principales básicos de las
matemáticas, confiriéndoles un rango de objetos misteriosos investidos de un
poder excepcional.
Mary
Douglas llama la atención sobre lo que denomina la “regla de pureza”. Para ella
todas las culturas tienen de modo natural a simbolizar el status social elevado
y el fuerte control social mediante un rígido control de los cuerpos. El
invocar la regla de pureza bien puede ser una reacción natural ante una
amenaza.
¿Por
qué nos interesa el estilo de pensamiento de Frege? Porque revela una visión de
las matemáticas netamente diferente del enfoque naturalista que aquí
proponemos. Consideremos primero el rechazo por parte de Frege de que el número
es algo de naturaleza subjetiva, mental o psicológica. Su argumentación
consiste en resaltar las diferencias entre las propiedades de las entidades
psicológicas, como las ideas o las experiencias, y las propiedades de las
nociones matemáticas.
Al
tratar los números como ideas que están en la cabeza de la gente, se desprenden
consecuencias bien curiosas. Desde un punto de vista sociológico, la gente no
comparte ideas; éstas son estados propios de las mentes individuales, de manera
que una idea debe considerarse siempre como propia de alguien. En lugar de
decir que el número dos es una idea en sí, el psicólogo hablará más bien de tu
idea de dos o mi idea de dos. Como si el número dos no fuera del todo mental
sino el contenido extramental de esos estados mentales. Aunque habitualmente se
hable del número dos, todo lo que realmente existe es una multitud de ideas
individuales cada una de las cuales puede reclamar, en paridad con las otras,
ser el número dos. Habrá tantos doses como ideas hay sobre él, lo que se aparta
considerablemente del modo habitual de ver las cosas.
Puede
decirse que la teoría de Mill tiene un componente objetivo en el hecho de que
la aritmética trata sobre las propiedades generales de los objetos, como esos
guijarros tan despreciados por Frege. Aquí, el argumento central es que el
número no puede ser una propiedad de las cosas porque el modo en que las cosas
se numeran depende de nuestra manera de verlas. Dice Frege: “de un objeto al
que puede adscribir legítimamente diferentes números no puede decirse que posea
un cierto número”. La importancia de nuestra manera de ver muestra que ahí
interviene un proceso cognitivo que enlaza el objeto exterior con el acto de
atribuirle un número. Para Frege esto interpone una cuña entre los objetos y el
auténtico lugar del número, lo que significa que “no podemos asignar
simplemente el Número al objeto como haríamos con un predicado”.
El
número no es algo que encontremos ahí en el mundo sin más problemas. Hay algo
en la naturaleza de los conceptos de número que los hace diferentes de los
objetos y de sus propiedades tal y como los solemos pensar. El número no es
algo psicológico, ni es algo que se dé simplemente en los guijarros de Mill.
Frege
ha expulsado al número tanto del mundo psíquico como del mundo material.
Entonces el razonamiento de Frege hace del número un perfecto no-ser. Evidentemente,
no es así como él ve las cosas. Existe una tercera posibilidad. Parte de los
objetos psíquicos y físicos, están los que Ferge llama objetos de Razón o
Conceptos, los cuales poseen la más importante de todas las propiedades: la
llamada objetividad. Frege entiende por objetivo aquello que es independiente
de nuestras sensaciones y de las representaciones mentales que descansan en
ellas, pero aquello que es independiente de nuestra razón.
Debo
aceptar que Frege tiene toda la razón al afirmar que las matemáticas son
objetivas. Así como debo también aceptar su definición (negativa y positiva) de
objetividad. No nos dice, sin embargo, qué es en realidad la objetividad.
Aceptada la definición de objetividad
de Frege, ¿qué es lo que la satisface?
¿Qué
hay que no sea no mental ni físico, que sea real aunque no exista de hecho, y
que pueda ejemplificarse en una noción como la del ecuador? (Ver ejemplo del
ecuador página 155) Se admite que las fronteras tienen el rango de convenciones
sociales, lo que no quiere decir que sean meras o arbitrarias convenciones. Un
individuo puede tener ideas acertadas o equivocadas sobre ellas, y no
desaparecen aunque nadie consiga hacerse una imagen mental de ellas. Tampoco
son objetos físicos que puedan manipularse o percibirse, aunque utilizarse
objetos reales como signos visibles o indicaciones suyas. Por último, podemos
referirnos a ellas aunque hagamos alusión a acontecimientos ocurridos mucho
tiempo antes de que nadie las hubiera definido.
Todo
aquello que tiene el rango propio de las instituciones sociales acaso esté
íntimamente logado a la objetividad. Incluso podemos conjeturar la hipótesis de
que quizá ese tercer rango tan especial que se sitúa entre lo físico y lo
psíquico es de orden social, y solamente social.
El
centro de gravedad del sistema solar y el eje de la Tierra. ¿Podemos decir que
estos objetos son de naturaleza social? El eje de la Tierra no es de esas
realidades de las que tenemos manifiesta experiencia como la propia Tierra
sobre la que caminamos. Tanta insistencia indica que estas nociones juegan un
papel central en nuestra concepción de la realidad y, en particular, en las
teorías mecánicas que ocupan un lugar privilegiado en esa concepción. Esta
realidad no es una realidad física sino una representación del mundo
sistemática y altamente elaborada. Sus lazos con la experiencia individual son
bien tenues. Dos de los conceptos que elige Frege como ejemplos de objetividad
son nociones teóricas; pero la componente teórica del conocimiento es precisamente
la componente social.
La
mejor manera de dar un significado sustancial a la definición fregeana de
objetividad es asimilarla con los social. La creencia institucionalizada
satisface por completo su definición: eso es la objetividad. Si las cosas fueran
así, la sociología sería una amenaza aún mayor que la psicología para la pureza
y dignidad de las matemáticas. Los argumentos de Ferge estaban concebidos para
mantener inmaculadas las matemáticas, y aún así concibió una definición de
objetividad que se presta a interpretación sociológica. Podemos así adoptar la
definición que da Ferge de objetividad, sin dejar por ello de postular que las
matemáticas son de naturaleza social más que psicológica o meras propiedades de
los objetos físicos. Esto nos llevará al problema de cómo puede modificarse la
teoría de Mill de modo que pueda venir a alojar los procesos sociales que
entran en juego junto con los procesos psíquicos.
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