jueves, 11 de julio de 2013

Conocimiento e imaginario social - David Bloor Parte XI


Otra variable: el saber amenazado

Exige algunos comentarios a la luz de la teoría durkheimiana que habíamos reformulado: si el conocimiento está tácitamente revestido de un carácter sagrado, como consecuencia de la imbricación de sus representaciones con las representaciones sociales, entonces tanto el programa popperiano como el kuhniano habrían de oponerse por igual a la sociología del conocimiento. Una de las principales quejas de los seguidores de Popper es que, en lo fundamental, el trabajo de Kuhn es una obra de historia sociológica, y de ahí las críticas de subjetivismo, irracionalismo y relativismo que se le han dirigido.

Es muy plausible esperar que ambos enfoques del conocimiento se opongan por igual a un estudio científico de la ciencia. Ambas maneras de pensar el conocimiento son simétricas, aunque sean bastantes distintas tanto las estrategias como las respectivas líneas de ataque y defensa. El estilo popperiano de escamotear el análisis social de la ciencia consiste en atribuir a la lógica y la racionalidad una objetividad a-social. Con ello sus fronteras metodológicas se conviertes en distinciones metafísicas y ontológicas.

Ambos estilos de pensamiento se pueden poner en sintonía con un enfoque perfectamente naturalista. El carácter individualista del pensamiento de las Luces sugiere que su desarrollo natural le lleve a la psicología. Si recordamos a los primeros utilitaristas queda claro que su modelo de hombre económico, racional y calculador, estaba en relación muy estrecha con su representación psicológica de lo que pudiera llamarse hombre hedonista, cuyos cálculos sobre placeres y sufrimientos se basaban en las reglas definidas por la psicología asociacionista. El resultado extremo de esta serie de vinculaciones históricas es quizá el psicólogo Skinner, cuyo conductismo recalcitrante es completamente naturalista: toda conducta, ya sea la de las palomas o de los humanos debe investigarse con los mismo métodos y explicarse con las mismas teorías. La sociedad es la fuente de esos “programas de refuerzo” que cumplen un papel crucial para modelar la conducta. El psicólogo ha de llegar a las normas sociales partiendo de los individuos, pero también aquellas que parten de las entidades sociales han de garantizar que sus teorías desciendan al nivel individual.

Ni las ideas ilustradas ni las románticas determinan por sí mismas el que hayan de emplearse a favor o en contra de la sociología del conocimiento, pues de ellas no se deduce necesariamente una lectura naturalista no una de tipo mistificador. Está en función de si la representación social que presupone es la de una sociedad amenazada o bien la de una sociedad estable.

Quienes defienden la sociedad de algo que perciben como amenaza tienden a mistificar sus valores y sus normas, su forma de conocimiento; quienes se sienten satisfechos y seguros, o quienes están ascendiendo y se enfrentan a las instituciones establecidas, se complacerán en tratar los valores y las normas como algo accesible, como algo de este mundo y no como algo que los trasciende.

La ley de mistificación: si un grupo emergente amenaza a un grupo establecido que profesa una ideología romántica, ese grupo utilizará espontáneamente como arma los conceptos ilustrados; el estilo ilustrado se volverá entonces un tanto naturalista mientras que el estilo romántico quedará deificado.

La lección a aprender

Si no enfocamos de un modo científico el estudio de la naturaleza del conocimiento, todo lo que digamos sobre él no pasará de ser una proyección de nuestros supuestos ideológicos. Nuestras teorías del conocimiento experimentarán los mismos éxitos y fracasos que sus correspondientes ideologías, al faltarles cualquier autonomía y fundamento para mantenerse por sí mismas.

Consideremos, en primer lugar, el análisis kuhniano de la ciencia, que es naturalista y sociológico; su objetivo es explicar un amplio abanico de materiales históricos. La historia como cualquier otra disciplina empírica, tiene su propia dinámica.

Bien distinto es el caso de las concepciones del conocimiento que intentan desgajarlo del mundo y rechazan un acercamiento naturalista. Una vez que el conocimiento ha sufrido ese trato especial, se pierde cualquier posible control de las teorías que se elaboren sobre su naturaleza, los análisis mistificadores están condenados a terminar su existencia bajo las mismas cadenas con que la comenzaron.

La filosofía no sigue la misma dinámica que los estudios empíricos e históricos, pues para ella no hay incorporación controlada de nuevos datos. Al reflexionar sobre los primeros principios, nuestra razón pronto alcanza ese punto en el que ya no puede plantearse más preguntas ni encontrar más justificaciones. Entonces la mente llega al nivel de lo que se le muestra como evidente; de lo que depende es de los procesos de pensamiento que se dan por supuestos por cierto grupo social.

Una ciencia dinámica puede ignorar perfectamente el origen de sus ideas, pero una disciplina que se limita a atrincherarse en su punto de partida y a reelaborarlo permanentemente debería ser mucho más sensible a la cuestión de los orígenes. ¿Cómo puede superarse el miedo a violar la sacralizad del conocimiento? Ese miedo sólo pueden superarlo aquellos cuya confianza en la ciencia y en sus métodos es casi total, aquellos que la dan completamente por supuesta, aquellos que no cuestionan en absoluto su creencia explícita en ella. Una actitud que podríamos caracterizar como una forma natural e inconsciente de autoconciencia; esa actitud puede conseguirse mediante la aplicación de procedimientos contrastados y acertados y de técnicas de investigación consolidadas. El escepticismo siempre encontrará útil la sociología del conocimiento. El escéptico intentará utilizar las explicaciones de una creencia para establecer su falsedad, con lo que acabará destruyendo toda pretensión de conocimiento. Sólo una seguridad epistemológica en nosotros mismos, que nos haga sentir que podemos explicar sin destruir, aportará una base sólida para la sociología del conocimiento.

Hay ciertamente algo de verdad en la convicción de que el conocimiento y la ciencia dependen de algo exterior a la mera creencia, pero esa fuerza exterior que los sostiene no es trascendente. Hay algo de lo que el conocimiento participa, pero no en el sentido en que Platón dice que las cosas de este mundo participan de las Ideas. Ese algo que es exterior al conocimiento, que es mayor que él y que lo sustenta, no es, sino la propia sociedad; en la medida en que uno crea en su permanencia y desarrollo el conocimiento siempre estará ahí para seguir sosteniendo las creencias que se investiguen, los métodos que se usen y las conclusiones a que pueda llegar la propia investigación.

En la conciencia de la unión indisoluble entre sociedad y conocimiento está la respuesta al temor de que éste pueda perder su eficacia y autoridad si se vuelve sobre sí mismo. Si el conocimiento fuera una ley para sí mismo, esa actitud nos llevaría a la confusión; pero la actividad reflexiva de la ciencia aplicada sobre sí misma no puede secar la fuente real de energía que sostiene el conocimiento.

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