Otra variable: el saber amenazado
Exige
algunos comentarios a la luz de la teoría durkheimiana que habíamos reformulado:
si el conocimiento está tácitamente revestido de un carácter sagrado, como
consecuencia de la imbricación de sus representaciones con las representaciones
sociales, entonces tanto el programa popperiano como el kuhniano habrían de
oponerse por igual a la sociología del conocimiento. Una de las principales
quejas de los seguidores de Popper es que, en lo fundamental, el trabajo de
Kuhn es una obra de historia sociológica, y de ahí las críticas de
subjetivismo, irracionalismo y relativismo que se le han dirigido.
Es
muy plausible esperar que ambos enfoques del conocimiento se opongan por igual
a un estudio científico de la ciencia. Ambas maneras de pensar el conocimiento
son simétricas, aunque sean bastantes distintas tanto las estrategias como las
respectivas líneas de ataque y defensa. El estilo popperiano de escamotear el
análisis social de la ciencia consiste en atribuir a la lógica y la
racionalidad una objetividad a-social. Con ello sus fronteras metodológicas se
conviertes en distinciones metafísicas y ontológicas.
Ambos
estilos de pensamiento se pueden poner en sintonía con un enfoque perfectamente
naturalista. El carácter individualista del pensamiento de las Luces sugiere
que su desarrollo natural le lleve a la psicología. Si recordamos a los primeros
utilitaristas queda claro que su modelo de hombre económico, racional y
calculador, estaba en relación muy estrecha con su representación psicológica
de lo que pudiera llamarse hombre hedonista, cuyos cálculos sobre placeres y
sufrimientos se basaban en las reglas definidas por la psicología
asociacionista. El resultado extremo de esta serie de vinculaciones históricas
es quizá el psicólogo Skinner, cuyo conductismo recalcitrante es completamente
naturalista: toda conducta, ya sea la de las palomas o de los humanos debe
investigarse con los mismo métodos y explicarse con las mismas teorías. La
sociedad es la fuente de esos “programas de refuerzo” que cumplen un papel
crucial para modelar la conducta. El psicólogo ha de llegar a las normas
sociales partiendo de los individuos, pero también aquellas que parten de las
entidades sociales han de garantizar que sus teorías desciendan al nivel
individual.
Ni
las ideas ilustradas ni las románticas determinan por sí mismas el que hayan de
emplearse a favor o en contra de la sociología del conocimiento, pues de ellas
no se deduce necesariamente una lectura naturalista no una de tipo
mistificador. Está en función de si la representación social que presupone es
la de una sociedad amenazada o bien la de una sociedad estable.
Quienes
defienden la sociedad de algo que perciben como amenaza tienden a mistificar
sus valores y sus normas, su forma de conocimiento; quienes se sienten
satisfechos y seguros, o quienes están ascendiendo y se enfrentan a las
instituciones establecidas, se complacerán en tratar los valores y las normas
como algo accesible, como algo de este mundo y no como algo que los trasciende.
La
ley de mistificación: si un grupo emergente amenaza a un grupo establecido que
profesa una ideología romántica, ese grupo utilizará espontáneamente como arma
los conceptos ilustrados; el estilo ilustrado se volverá entonces un tanto
naturalista mientras que el estilo romántico quedará deificado.
La lección a aprender
Si
no enfocamos de un modo científico el estudio de la naturaleza del
conocimiento, todo lo que digamos sobre él no pasará de ser una proyección de
nuestros supuestos ideológicos. Nuestras teorías del conocimiento
experimentarán los mismos éxitos y fracasos que sus correspondientes
ideologías, al faltarles cualquier autonomía y fundamento para mantenerse por
sí mismas.
Consideremos,
en primer lugar, el análisis kuhniano de la ciencia, que es naturalista y
sociológico; su objetivo es explicar un amplio abanico de materiales
históricos. La historia como cualquier otra disciplina empírica, tiene su
propia dinámica.
Bien
distinto es el caso de las concepciones del conocimiento que intentan
desgajarlo del mundo y rechazan un acercamiento naturalista. Una vez que el
conocimiento ha sufrido ese trato especial, se pierde cualquier posible control
de las teorías que se elaboren sobre su naturaleza, los análisis mistificadores
están condenados a terminar su existencia bajo las mismas cadenas con que la
comenzaron.
La
filosofía no sigue la misma dinámica que los estudios empíricos e históricos,
pues para ella no hay incorporación controlada de nuevos datos. Al reflexionar
sobre los primeros principios, nuestra razón pronto alcanza ese punto en el que
ya no puede plantearse más preguntas ni encontrar más justificaciones. Entonces
la mente llega al nivel de lo que se le muestra como evidente; de lo que
depende es de los procesos de pensamiento que se dan por supuestos por cierto
grupo social.
Una
ciencia dinámica puede ignorar perfectamente el origen de sus ideas, pero una
disciplina que se limita a atrincherarse en su punto de partida y a
reelaborarlo permanentemente debería ser mucho más sensible a la cuestión de
los orígenes. ¿Cómo puede superarse el miedo a violar la sacralizad del
conocimiento? Ese miedo sólo pueden superarlo aquellos cuya confianza en la
ciencia y en sus métodos es casi total, aquellos que la dan completamente por
supuesta, aquellos que no cuestionan en absoluto su creencia explícita en ella.
Una actitud que podríamos caracterizar como una forma natural e inconsciente de
autoconciencia; esa actitud puede conseguirse mediante la aplicación de
procedimientos contrastados y acertados y de técnicas de investigación
consolidadas. El escepticismo siempre encontrará útil la sociología del
conocimiento. El escéptico intentará utilizar las explicaciones de una creencia
para establecer su falsedad, con lo que acabará destruyendo toda pretensión de
conocimiento. Sólo una seguridad epistemológica en nosotros mismos, que nos
haga sentir que podemos explicar sin destruir, aportará una base sólida para la
sociología del conocimiento.
Hay
ciertamente algo de verdad en la convicción de que el conocimiento y la ciencia
dependen de algo exterior a la mera creencia, pero esa fuerza exterior que los
sostiene no es trascendente. Hay algo de lo que el conocimiento participa, pero
no en el sentido en que Platón dice que las cosas de este mundo participan de
las Ideas. Ese algo que es exterior al conocimiento, que es mayor que él y que
lo sustenta, no es, sino la propia sociedad; en la medida en que uno crea en su
permanencia y desarrollo el conocimiento siempre estará ahí para seguir
sosteniendo las creencias que se investiguen, los métodos que se usen y las
conclusiones a que pueda llegar la propia investigación.
En
la conciencia de la unión indisoluble entre sociedad y conocimiento está la
respuesta al temor de que éste pueda perder su eficacia y autoridad si se
vuelve sobre sí mismo. Si el conocimiento fuera una ley para sí mismo, esa
actitud nos llevaría a la confusión; pero la actividad reflexiva de la ciencia
aplicada sobre sí misma no puede secar la fuente real de energía que sostiene
el conocimiento.
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