jueves, 24 de enero de 2013

Sociología de la Diversidad – Resúmenes Parte 35


En la asignatura de Sociología de la Diversidad del primer cuatrimestre del Grado en Sociología de la UNED curso 2012/13, el compañero Víctor Riesgo Gómez y yo, realizamos los resúmenes de los capítulos de la bibliografía obligatoria. Como libro de referencia: Sociodiversidad y sexualidad (José Antonio Nieto Piñeroba) Derechos reservados, sus autores.

Tomás Javier Prieto González:
Tema 1 Planteamiento de la sociología de la diversidad // Tema 2 Acción desviada, conducta desviada y alteridad // Tema 3 El finiquito de la desviación y de la conducta desviada // Tema 4 De la desviación y de la diversidad // Tema 6 Sociología de la diversidad //  Tema 7 Antropología de la sexualidad y discursividad // Tema 8 Los guiones sociales. El individuo, el cuerpo y el transgénero // Tema 9 Notas sueltas sobre sexualidad en la disctadura, transición y democracia española // Tema 10 Despsiquiatrizar el transgénero Tema11 El transgénero en las sociedades polinesias

Víctor Riesgo Gómez:
Tema 5 Razones que justifican la diversidad en sociología


Representaciones: sexualidad, sociedad, cultura

La antisexualidad manifiesta de las instituciones universitarias y, arrastradas por ellas, de las asociaciones de profesionales de la antropología; fue en 1961, por primera vez, cuando la American Antropological Associaton incorporó, como tema de debate público, de forma oficial, la sexualidad a su agenda.

Kluckhohn

Sus escritos relacionados con la sexualidad son poco conocidos. Permitió al autor formular el/su punto de vista desde la antropología, en relación al primer tomo de los informes Kinsey que refiere a la sexualidad del varón norteamericano. Nos informa de que el interés de la antropología radica en mostrar la variedad “biológica y “cultural” de la vida humana. Siguiendo los criterios académicos del momento, Kluckhohn lo que hace es aplicar a la sexualidad las dos primeras vertientes de las cuatro que conforman la antropología. Kluckhohn, con todo, no profundiza en las respuestas a las preguntas que se hace y deja al lector con la duda de en qué consiste la variedad biológica. En las respuestas que siguen, a medida que el artículo progresa va quedando cada vez más claro que la variedad a la que alude Kluckhohn está impregnada de tintes culturales y la biología parece tornarse en algo más impenetrable. Kluckhohn extiende sobre el largo transcurrir de la historia del ser humano, la cultura, en sus múltiples formas, envuelve a la biología, como se desprende de a primera de las formulaciones. Pero también parece que la opacidad cubre la transparencia y la biología se apodera de la cultura, como sucede en la segunda formulación. Quiere culturizar la biología, pero esta, a veces, se le impone como rémora, como lastre indescargable. En realidad, el autor se muestra hermético y ambivalente. Salvo el estudio comparativo sobre la reproducción humana de Ford (1945), que Kluckhohn califica de excelente, no hay producción antropológica de nivel equivalente. Además, las publicaciones antropológicas sobre sexualidad de finales del SXIX y principios del XX son de nulo interés científico y de intención pornográfica. Una mejor  calificación parece tener el escrito de Devereux sobre la homosexualidad institucionalizada de los Mojave. Y con él, los escritos referidos a la homosexualidad, de Westermarck y los de un antropólogo de expresión no inglesa: Requena.

La ambivalencia se manifiesta cuando hace uso de porcentajes, con el fin de establecer una aproximación cuantitativa que les permita recurrir a hacer comparaciones, sobre actitudes y conductas sexuales de los navaho, estudiados por él y por Leighton y Kluckhohn, con el informe de Kinsey. Al forzar de esta manera los principios antropológicos de descripción cualitativa, lo que consigue es un acercamiento cuantitativista al hecho sexual o una “aproximación taxonómica” de los navaho. De forma que la información disponible de algunas conductas sexuales, que el mismo Kluckhohn expone, no es la más apropiada por su cuantificación y por sus carencias etnográficas. Las conexiones biológicas-culturales se ordenan, según Kluckhohn, por medio de la antropología y redundan en puentes unitivos entre el sexo como fisiología y el sexo como un factor enmarcado por pautas conductuales integradoras. Resultando, de hecho, un juego equívoco de equivalencias.

Honigmann

Una formulación clara de lo que es la sexualidad para la antropología la encontramos en Honigmann: critica el uso que los informes Kinsey hacen del material antropológico, a la hora de establecer comparaciones con la realidad sexual norteamericana. La crítica se cierne básicamente en dos puntos:

1.    Las comparaciones se hacen para demostrar la universalidad de ciertos patrones sexuales, sin que en ningún caso se tengan en cuenta las diferencias culturales de as sociedades que se comparan.
2.    Honigmann le parece que los informes usan fuentes secundarias, de manera que la utilización es excesivamente receptiva no crítica.

Dado que la aproximación antropológica al objeto de estudio está alejada del cuantitativismo adoptado por Kinsey y colaboradores y que las etnografías sobre sexualidad son escasas, se puede concluir, según Honigmann, que la práctica norteamericana relacionada con a masturbación, con el coito marital y con el coito fuera del matrimonio, así como los “contactos homosexuales y los contactos sexuales con animales” no son probablemente ni más ni menos frecuentes que los que presentan otras sociedades. Con las comparaciones usadas por Kinsey se nos dice poco.

Las predicciones desarrolladas en el escrito de Honigmann señalan la posibilidad de que algún día y de alguna forma las conductas sexuales, gracias a las aportaciones venideras de la antropología cultural, puedan ser generalizables. En definitiva, se distancia de los informes Kinsey, por ignorar la cultura, en general, y las diferencias culturales, en particular, Rechaza los criterios de universalización.

Para Honigmann el antropólogo trata de relacionar todos los aspectos y los hechos, las acciones y las manifestaciones sociales de una comunidad concreta, pero el último no es el de instituir proposiciones aislada, descolgadas y particularizadas. Por el contrario. El antropólogo trata de proponer criterios de validez transcultural.

La escasa etnográfica-descriptiva sobre sexualidad es la que obliga a Honigmann a mostrar un pobre elenco antropológico de referencias bibliográficas: Pedrals, Malinowski y Ford y Beach.

Honigmann siguiendo postulados de la llamada teoría de “cultura y personalidad” intenta hacer más alcanzables los objetivos de universalización de conductas. Sorprende que Honigmann se decanta por la vía de pagar tributo antropológico, por ese acompañamiento en su recorrido a la psicología, cuando esta, al formular sus generalizaciones sobre las conductas sexuales, apenas se distancia de los conocimientos de sexualidad que se tienen en la sociedad norteamericana.

A Honigmann la antropología de la sexualidad le debe reconocer el mérito que supone formular, en pleno periodo de ostracismo antropológico sexual, unas hipótesis/predicciones como las de universalidad que no se cumplieron. Años más tarde a las formulaciones de Honigmann, se llegara a conclusiones no vislumbradas en sus escritos, como es el caso de tener que admitir que no solo las conductas sexuales, sino también las propias ciencias que entienden la sexualidad, la psicología y la antropología, sin ir más lejos, están condicionadas histórica y culturalmente. Y además, los significados que se dan a las conductas sexuales, lejos de obviar al individuo, constituyen a este en actor representativo de sus actos en sociedad.

Trager

Se parte de la base de que cualquier antropólogo que quiera investigar sobre sexualidad, en general, o más concretamente, sobre sexualidad de una cultura determinada, se enfrenta a la ausencia de información y a la renuencia y aversión de las instituciones académicas a ese tipo de estudios; esas ausencias impiden al antropólogo extraer de la lectura etnográfica datos de lo que la gente en relación al sexo, lo que obtiene de esa situación y qué funciones cumple, en relación al conjunto de la cultura. Trager recurre a una metáfora lingüística.

¿Cómo lo hace? Estableciendo una guía metodológica que le permite analizar culturalmente la sexualidad. Según Trager, siguiendo los pasos señalados por la guía, el antropólogo podrá ordenar y presentar un material “consistente y sistemático”, para que otros antropólogos puedan llevar a cabo comparaciones sexuales. La actitud metodológica comparativa adopta la flexibilidad suficiente como para que los resultados sexuales a obtener refieran a una misma cultura o a culturas diferentes.

El objetivo de la guía metodológica de Trager: conseguir la sistematización teórica de los actos y las funciones sexuales de  una o varias cultura/s o sociedad/es. Las maneras de alcanzar el objetivo también son transparentes. Por medio de tres niveles que Trager llama “procesos”:

1.    Un primer nivel lo sitúa en el “contexto” cultural;
2.    el segundo nivel queda establecido en el “contenido” del sistema cultural;
3.    y un tercer nivel en el “funcionamiento” de ese mismo sistema.

Esos tres niveles ayudan a desentrañar las pautas culturales de la sexualidad por medio de un análisis “procesual”. Una subdivisión posterior permite que los niveles o procesos, una vez analizados, den lugar a la ordenación de las distintas actividades sexuales, que quedan enmarcadas en áreas y constituyen un total de nueve. Trager las llamas “focos” culturales y establece nombres específicos y concretos para cada una de ellas. Los 9 focos culturales se ramifican en 27 “ámbitos culturales y, en ese desgajamiento continuo, los ámbitos culturales se transforman en 81 “sistemas culturales”.

Trager muestra el proceso de elaboración de uno de los 9 focos, concretamente el que llama “bisexualidad”. Ajustándose, así, al modelo dos sexos/dos géneros que se desentiende de cualquier tipo de discrepancias no acomodada a los principios y contenidos de las directrices “modélicas”. Este es, en síntesis, el esquema de análisis cultural del sexo de Trager.

Porque tanto los procesos culturales de los distintos niveles de contexto, de contenido y de funcionamiento, como los llamados focos culturales, ámbitos culturales y sistemas culturales, no tienen la relevancia que indican las continuas subdivisiones. Las ramificaciones culturales que se nos muestran, crean, a medida que se extienden, la falsa sensación de ser generadoras de una acumulación muy rica en matices, que nacen del fondo de la organización social. No es así. El sustrato de la ramificación cultural de una organización social dada, para Trager, no tiene fondo cultural. Sus bases están “fuertemente encerradas en la naturaleza biológica del ser humana”. El biologismo de Trager es mucho más radical, con diferencia, que el de Honigmann y el de Kluckhohn. Trager añade que la biologización de la cultura de la sexualidad se sustenta no solo en su proposición. La mayor parte de los antropólogos de la época siguen la misma idea. Es, pues, en la biología, no en la cultura, donde se encuentra la esencia de la sexualidad. Que en Trager se configura fundamentalmente porque el ser humano, ante todo, es un mamífero con presencia sexualmente dimórfica. Es el mamífero de dos sexos lo que le conduce a formular a “bisexualidad” como foco. Y más, como epicentro de la “cultura”. Sus fundamentos, dice Trager, radican en a “naturaleza biológica y neurológica del ser humano” y, por extensión, en la “naturaleza del universo físico”. Apuntala su visión de la sexualidad de varón y de la mujer, cuando afirma que la actividad cultural (de las actitudes y conductas sexuales, hay que deducir de sus palabras) de ambos emerge de esos cimientos “físicos y fisiológicos” que procuran y modelan sus existencia.

La Barre

Menos radical es la reflexión teórica de La Barre. La inclinación biologista de este autor es menos firme que la de Trager. Reconoce y da crédito a unas bases primarias biológicas pero no se identifica con la sobredeterminación biológica que resalta los instintos. La representación biológica de tal cuño, para La Barre, es una tentación que llama “sobreinstintividad”. Y para un humanista, como él mismo se define, no es de recibo.

La sexualidad de ser humano, para La Barre, puede taxonomizarse en al menos 10 niveles, que se reúnen en 3 grupos. Hay una sexualidad primaria, otra secundaria y finalmente una terciaria o de tercer grado:

1.    la sexualidad primaria es la básica, la de mayor relevancia, la que da forma y consistencia a las demás. Esa sexualidad primaria y básica tiene distintos componentes (4) enfundados en la biología o en la morfología anatómica, son: el sexo celular o cromosómico, el sexo gonadal, el sexo genital externo y las estructuras de reproducción accesorias internas; al útero y la próstata. La sexualidad primaria constituye una representación fuertemente biologizada, que predeterminará la representación cultural del individuo en sociedad.
2.    La configuración anatómica de la sexualidad primaria evoluciona con los años, dando lugar a los que La Barre llama “sexualidad secundaria”. Esta es el resultado de aquella. La sexualidad primaria en su evolución posibilita la emergencia de la sexualidad secundaria. Es la aparición en la adolescencia de los rasgos corporales de la diferenciación masculina y femenina. Hombros anchos del varón, frente a caderas anchas de la mujer y todo lo demás. En este nivel la biología se somete a un ligero y superficial contraste cultural. Lo que La Barre no explica es por qué la biología y, por extensión, la sexualidad primaria y secundaria son productoras de diversidad. La Barre indica cómo la cultura, por medio de sus variantes, hace que los mismos rasgos de configuración anatómico-biológica tengan distintas lecturas en distintas sociedades.
3.    En la llamada sexualidad terciaria es donde La Barre se inclina por dar más peso a la cultura. Por medio de la asignación del sexo, del rol de género y de la orientación de género. Produciéndose, así, que las diferencias culturales de masculinidad y feminidad sean significativas. Las normas culturales de las conductas sexuales para unas sociedades o amistosa para otras, al compararse, permiten a La Barre extrapolarlas a una misma cultura. Pasa, así, de la comparación intercultural a la comparación intracultural. El factor que introduce aquí, para permitir la comparación, es el factor “tiempo”; nos quiere proporcionar la posibilidad de contemplar los cambios históricos de expresión cultural. Podrían hacer de La Barre un “construccionista social”. Aparte del sentido biológico de algunas de sus ideas, a través de los ejemplos que utiliza se obtiene la impresión de que el énfasis impuesto en el factor “tiempo” se desvanece.

El posicionamiento de La Barre le hace situarse entre dos extremos. En uno sitúa la sobredimensión biológica de la sexualidad; en el otro, la sobredimensión cultural, propia de los antropólogos culturales, pronos a los excesos relativistas. Esto para nuestro antropólogo es un caos. Alejándose de dogmatismos biológicos y de caóticos relativismos culturales, aboga por un humanismo interpretativo de la sexualidad. Y así, como humanista que sabe que “siempre hay cambios de estilo y muchas formas de ser humano”. Haciendo hincapié en las diferencias, no es la diversidad.


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